Por Frank D. Frías
Frank
David: Tu poesía está llena de
una belleza rara y complicada. Exige a quien la sondea un nivel cultural
elevado, y da la sensación (al menos a mí) de estar ante una autora inmersa en
un mundo fantástico del cual no quiere o no puede salir. Por otro lado, parecen
versos desprendidos de una biblioteca bastante particular. ¿Tienes un método de
composición específico? ¿Hay una rutina de trabajo como las tenían Hemingway,
Jack London o Truman Capote?
Jamila
Medina: No
y no. Cada libro de poesía, cada poema, es uno y se compone pues de modo
particular. Tengo varios: Huecos de
araña, y también los inéditos “Primaveras cortadas”, “Anémona”, “El arte
carnal” o “Novios del mediodía” (aún
no decido su nombre final ni si comprenderá a varios hombres suicidas). Huecos…, escrito entre 1999 y 2008, alcanzó
su forma cuando terminé de estudiar filología y ordené el manojo de poemas que es,
a partir de la tensión entre permanencia y huida, entre la raíz (que se piensa
en el aire) y el agujero como metáfora de imantación y territorialización, del
que se pretende fugar aunque atraiga, más allá de las marcas que nos esclavizan
al género, al país, a la lengua, a nuestros amores intelectuales y físicos. “El
arte carnal” es fruto de un noviazgo concreto, de las tensiones entre la
entrega y la posesión; y está escrito con el pánico que asalta cuando uno
escribe de amor en el xxi, en
vigilia no tanto contra la imagen amorosa consabida como contra el estereotipo
de los roles de género. Si algo se reitera en mi modo de componer “Primaveras…”
y “Anémona” es la construcción del libro en torno a una idea. Uno encarna el
tema admirable de la muerte prematura (sobre todo de mujeres suicidas, amores y
revoluciones abortados): esa que trunca lo que está en plenitud, que deja al
cadáver como conservado en los alcoholes del recuerdo y rodea sus páginas de
una aureola romántica. Allí la composición sí está entreverada (en la primera y
la segunda secciones) con el mito y la historia, con la literatura de ciertos
autores y la biografía de ciertas primaveras políticas. “Anémona”, inscrito en
el agua, propone más bien un giro en la escritura: aceptar la productividad de
una mirada femenina y de una palabra preferiblemente andrógina; hablar más
desde el goce y menos desde la muerte (aunque es difícil si uno sabe lo ligados
que están), más desde los archipiélagos y menos desde la isla; asumir el yo
como anémona, tentáculo que busca en la noche algo que asir –e incluso hongo,
espora–, ya no más o ya no tanto como armadillo, como defendiéndose...
Sin embargo, tengo miedo
del libro-tesis (retórico, planificado, vacío de intensidad), que creo que se
presenta cuando uno gana conciencia de literato y pierde la pulsión de lo
vital: eso que despierta la escritura en cualquier sitio, de modo que hay que
anotarlo rápido para que no escape. De esas materias, tengo aún otro libro en
ciernes, que agrupa sensaciones y reminiscencias casi extraviadas, brevedades
que no me gustaría perder. Pero eso es ya poesía pendiente…
FD:
Hay una
tendencia en algunos poetas a no explicar su poesía, he comprobado que en
muchos casos es una manera de salvarse y una ventaja que no poseen los autores
de otros géneros. Escuché a una entendida del tema decir que hacerle críticas a
un poema es una inmadurez literaria, por otro lado tenemos el famoso análisis de
El cuervo, por el propio Edgar Poe.
¿Qué puedes agregar sobre el asunto?
JM: Todo crítico literario
necesita creer en la posibilidad de hablar de la escritura, por una simple cuestión
de economía, por la pertinencia de su oficio. Si me afiliara a esa terca inefabilidad,
se verían encontradas la Jamila que escribe poesía y la otra, que ha escrito
sobre Oscar Cruz o Nara Mansur y sobre casi todo Calvert Casey.
De lo que se trata no es
de si se puede o no “explicar” un poema. Como todo signo artístico que se
traslade a otras palabras, el poema sufre una metamorfosis; ni un grabado
(bidimensional, cromático) ni una película (que es imagen, sonido, montaje) ni
un ballet (que es música, cuerpos en movimiento, escenografía) ni una novela…
son lo que eran sometidos a la “explicación”, diseccionados y desplegados por
el discurso. Una crítica literaria es la traducción de un signo o sistema de
signos (el texto, de carácter connotativo) a otros signos que buscan
explicitar, develar asociaciones, denotar; en ese sentido quien “explica” rompe
el delicado equilibrio del sistema poético para escudriñarlo como a una
maquinaria de reloj; literalmente lo desarma, y de ahí tal vez el rechazo a ser
repasados que has percibido en algunos poetas.
Un poema no suele ser su
anécdota, sino una confluencia de gradaciones, analogías y contrastes formales
y semánticos. No es solo un texto que “comunica”, sino un anudamiento de ritmos
y rimas, tropología y visualidad (del edificio de sus versos). Ver cómo
concierta todo eso y reconstruir su sentido (uno o varios de los posibles) no es
solo probable, se ha hecho y hace sin cesar. Pero ni todo el mundo proyecta sus
poemas a la manera de Edgar Allan Poe ni la crítica literaria consiste en la
exclusiva dilucidación de los significados o resortes de un texto, aunque sea
de los meticulosamente construidos. Si bien el cuerpo del poema no es sagrado,
quien quiera auscultarlo, abrirlo y escrutarlo como en una clase de anatomía
debe saber rearmarlo en una (de tantas) interpretación(es). Por ejemplo, no
sirve de nada detectar una intertextualidad si no se sabe entender su función
en el texto receptor; y a un tiempo, no debe ser la comprensión de la intertextualidad
el meollo del poema (como sucede con muchos minicuentos), porque el círculo de
sus lectores ideales se reduciría drásticamente. En las laderas de los versos,
por muy escarpados que sean, debería haber algunas clavas que permitan
escalarlo; si nada suscita la empatía entre el poema y su otro, el autismo
deviene ostracismo. Lo deseable es que un texto poético tenga varios niveles de
lectura, y que incluso en la superficie sea tremendo.
FD:
No hay
duda: Calvert Casey te ha servido de mucho. Pero, aparte de él, ¿tienes algún escritor como referencia,
alguna influencia de la que quieras desprenderte o mantener?
JM: No padezco la angustia
de las influencias; las gozo, las vivo lo mejor que puedo. De adolescente,
después de Pipa mediaslargas, Konrad…, El
Hobbit, Ronja la hija del bandolero, Los niños más encantadores del mundo, El
sastre de cuentos, mucho Verne y Enid Blyton, y libros rusos inolvidables
como Piloto para vuelos especiales o Los tres de la plaza de los cañones,
leía aún más novelas que poesía: casi todo Balzac, García Márquez, Dostoievski,
Los Miserables y otras tantos libros
de la biblioteca de mi madre. Aunque
estilísticamente estuve cerca de la Dulce María Loynaz de Jardín y Poemas sin nombre,
cuando era una jovencita impúber, y leía a un tiempo a los poetas surrealistas
franceses y a fantásticos cubanos disímiles, como Daína Chaviano y F. Mond. Aunque
hace más de una década quedé prendada de la poesía de José Kozer, de la Reina
María de Te daré de comer como a los
pájaros y (esto es no tan extrañamente casual) de la prosa de En una campana de cristal y corazón
cuarteado, de Anaïs Nin, de las digresiones inacabables de Marcel Proust, como
de la ironía dolorosa de Pájaro, pincel y
tinta china, de Ena Lucía Portela…, y también de El juego de abalorios, de Herman Hesse, o La montaña mágica, de Thomas Mann, de À rebours, de Huysmann, de los cuentos de Katherine Mansfield y
Djuna Barnes. Y aunque más tarde me fascinaron libros como El Gran Meaulnes, de Alain Fournier, Superwoobinda, del italiano Aldo Nove, y alguna novela de Douglas
Coupland, junto al estilo de cuentos como “Durando”, de Alberto Garrandés,
novelas como El viaje de Miguel
Collazo (que me hizo buscar todos sus libros), la obra de Ezequiel Vieta (al
que le debo una tesis), todo Borges y los ensayos, sobre todo postcríticos, de
Nara Araújo… Aunque he vivido esos deslumbres, alternados con el descubrimiento
de poesía como la de Baudelaire, Rimbaud, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik,
Mariano Brull, Baquero, Lezama, Aimée Césaire; y con el teatro de los clásicos
griegos, de la Crueldad y el Absurdo; y el ensayismo de Ortega y Gasset, Mañach,
tantos franceses y alemanes como he podido leer –en traducciones… Esto y más,
incluidos los autores que conocí en la carrera, y que logré leer con placer, conforma la madeja en que creo y creo. Todos
hablan a través de mí de vez en cuando, y a todos los mando a callar, para seguir
siendo.
FD:
¿Qué aspectos,
positivos o negativos no pierdes de vista, teniendo en cuenta que a tu edad
cargas con reconocimientos importantes (y quizá más llamadas telefónicas que
antes, amigos, invitaciones a lecturas o charlas y por qué no: criterios
acertados y los inevitables aduladores) que otros escritores de más experiencia
no han merecido?
JM:
Lo de
veras positivo de esos premios –que sólo son dos y que en gran parte son fruto
de la ruleta del azar– ha sido la posibilidad de una publicación expedita. El
resto es vida literaria, cierta visibilidad y ganancias de capital real y
simbólico…, lo cual, por supuesto, tiene su nuez y su hojarasca. Si tales
premios hubieran consistido solamente en lo segundo, nunca lo habría intentado…
FD:
Miguel
Barnet dijo recientemente (alguien le preguntó su criterio acerca de la nueva
poesía) en el espacio literario que Alpidio Alonso dirige en la librería
Ateneo, algo así: “Está vacía. No me gusta la poesía que no me conmueve. Está
llena de citas en otros idiomas cuando muchos de esos autores solo hablan
español. Para comprender bien a un autor de otra nacionalidad es recomendable
leerlo en su propio idioma”. ¿Cuál es tu opinión con respecto a las nuevas
tendencias o a los poetas que conoces de tu generación?
JM: Creo que cada cual (sin
importar la generación o lo bien que conoce una cultura, una lengua) elige el
lugar de enunciación desde el que quiere escribir, la tradición con la que
hacer máquina… Creo que en todas las épocas hay poesía que conmueve y otra que
no; y que no a todos nos conmociona lo mismo, aunque estemos de acuerdo sobre
Elliot, Kavafis o Vallejo. Creo que hay modos de hacer que pueden dejar fríos a
algunos; a mí me interesan los movimientos que no se plantan en lo hollado,
sino que tratan de explorar más allá, sean hechos por quien sea. Mis
contemporáneos –lo he dicho ya– son plurales; y entre sus búsquedas hay varias
que aprecio: las que hablan aun donde el lenguaje no llega, las que entrelazan
el cuerpo público y el púbico, los sociolectos de la Revolución y la filosofía
al uso con el idiolecto del poeta, la narratividad y el verso, la palabra y su
puesta en escena, la vida (con sus sonoridades, vilezas y pancartas actuales) y
la literatura, las frases hechas con su desmontaje, la ironía y el divertimento
–una liberalidad y un juego que nos venía haciendo falta...
FD:
¿Crees
que con frecuencia la crítica en nuestro país eleva el nombre de un joven autor
por encima de su calidad?
JM: La edad siempre se
presta a la manipulación. En Cuba, donde la serie de lo político se entrelaza
tan frecuentemente con la serie de lo literario, esto ha sucedido a menudo; y
en la tenuidad de este cambio de siglo (y de mando), no ya en la Isla, sino en
otras geografías (Uruguay, Córdoba, Venezuela, México…), ha habido y hay interés
por la publicación de esa que se vende como “joven” o “nueva” poesía cubana. Se
apuesta muchas veces por presentar lo joven como novedoso, transgresivo, polémico,
revolucionario… Lo hace la crítica y lo hacen quienes enarbolan su poesía
frente a la de otras décadas; y esa creencia es y no es cierta. De modo que una
antología o una crítica pueden ser una plataforma para discursos que exceden lo
literario; y nunca deben ser leídas solamente desde presupuestos estéticos.
Aparte de otras razones
pragmáticas que lo puedan mover, creo que un ensayista suele ensalzar lo que le
gusta leer, lo que le gustaría escribir, lo que lo estremece o hace meditar. Se
dice mucho que la crítica aquí es magra, escueta, poco incisiva, consoladora…
Sea la que halla, criticar no es hacer ciencia dura, ni siquiera es un
vaticinio meteorológico. La subjetividad es parte de ello, aunque sea
imprescindible que el crítico asuma su oficio con responsabilidad y ética, no
sólo frente al público y al resto de los críticos y escritores, sino sobre todo
frente a la literatura.
FD:
Hay
quienes aseguran que la poesía no vende hoy, que ha perdido preferencia. Para
este año, 2012, la editorial Extramuros lanzará 23 títulos y solo 3 son
poemarios. ¿Tienes alguna idea de lo que ocurre?
JM: El mito de que la poesía
no se deja vender (que no llega nunca a convertirse del todo en mercancía)
existe desde antaño. Sin embargo, independientemente del poder de convocatoria
de la narrativa, creo que hay poesía, sobre todo amorosa, que sí sigue siendo la preferida de
las compras, porque –aunque los autores la utilicemos para muchísimo más– buena
parte de los lectores espera que un poema sirva para enamorar, para recordar, para
soñar, para conmoverse...
En el caso de la poesía cubana
actual, se dice que duerme en las librerías, y que no es rentable seguirla
publicando sin responsabilidad. Me parece saludable que, enfrentadas al mundo
real, las editoriales cubanas tengan en cuenta sus intereses tanto como los del
público y que, sin dejar de lado ningún género ni marginar un tema, manejen el
número de ejemplares de cada obra con respecto a su demanda actual. Pero también
creo que la crítica y la promoción pueden proyectar lectores más versátiles (y
modificar los índices de preferencia al uso), al ampliar sus horizontes de
expectativas y enamorar su paladar con frutos más atrevidos… Para eso, los
primeros que tienen que ampliar y repensar sus miras son los que deciden los
planes editoriales. Asimismo, los editores tienen que editar; o sea, saber
asesorar a un autor más que sobre métrica y ortografía, también sobre la
concepción general de un libro, sobre lo que es hueso y tendón en él y sobre lo
que lo lastra como carne flácida… (esto sin que se interprete que creo en el
libro como pensil perfecto y sellado, pues no dejo de disfrutar la escritura
como proceso y el libro como accidente en que se acumulan materias de toda
índole).
FD:
Isis
Leyva, una importante instructora de talleres literarios solía definir la
poesía en dos palabras: síntesis y sugerencia. ¿Cómo la definirías tú?
JM: Furnia y furia, es
decir, hueco y grito, contención y excreción… Puede ser un silencio, una
corriente subterránea, una línea clásica y también una diseminación, un
desborde, un géiser, un volcán, una voluta barroca. Es como cuando leo un libro
y lo lleno de marcas; ese estado de ánimo no regresa. Y si volviera sobre esas
páginas las glosaría de otra forma. Con la poesía como con lo vivo, no creo en
fórmulas.
La Habana, 22 de enero de
2012.
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