Recientemente vi, quizás por sexta o séptima ocasión, Roman Holiday y lo hice para comprobar si es aún un filme capaz de conmoverme. Es difícil que una película esencialmente romántica seduzca al ser humano de hoy, tan metido en las trampas sociales, y mucho menos si esta película es en blanco y negro y han pasado décadas desde su estreno. Me senté frente al televisor (y no frente a la pantalla de un cine como suelo hacer para aprovechar la química insustituible, íntima, que se espesa entre el espectador y la sala oscura, y el sonido maravilloso…) para analizarla desde puntos técnicos: Trama, actuaciones, bla bla bla. Y no obtuve más que un espaldarazo; de nuevo este filme me sedujo y no me permitió ultrajarlo. Quizás porque es un hecho de que no hay garantías de felicidad en ninguna clase social. Quizás porque llevo por dentro un voto de fe en el amor.