lunes, 20 de febrero de 2012

Roman Holiday

Por Frank D. Frías

Recientemente vi, quizás por sexta o séptima ocasión, Roman Holiday y lo hice para comprobar si es aún un filme capaz de conmoverme. Es difícil que una película esencialmente romántica seduzca al ser humano de hoy, tan metido en las trampas sociales, y mucho menos si esta película es en blanco y negro y han pasado décadas desde su estreno. Me senté frente al televisor (y no frente a la pantalla de un cine como suelo hacer para aprovechar la química insustituible, íntima, que se espesa entre el espectador y la sala oscura, y el sonido maravilloso…) para analizarla desde puntos técnicos: Trama, actuaciones, bla bla bla. Y no obtuve más que un espaldarazo; de nuevo este filme me sedujo y no me permitió ultrajarlo. Quizás porque es un hecho de que no hay garantías de felicidad en ninguna clase social. Quizás porque llevo por dentro un voto de fe en el amor.
Audrey Hepburn y Gregory Peck
Todo comienza cuando Smithy, terminan llamándola así a puro cariño, una princesa de gira por una Europa sumida en grandes problemas económicos, llega a Roma y obstinada por una vida de costumbres y poses, decide vestirse de mujer común y escapar una noche a bailar y reír junto a la gente de la ciudad. Agarra una buena carga y Joe Bradley, un periodista estadounidense de la agencia American News Service, está en Roma precisamente para cubrir el itinerario de la princesa y averiguar cuanto chisme sobre ella arroje el clima; la encuentra ebria junto a una fuente. En un gesto de amabilidad la lleva al modesto departamento que ha rentado; sin saber que la chica, que duerme en la cama media hora más tarde, es su alteza real. De ahí en adelante pasarán juntos veinticuatro horas creando uno de los amores más tiernos en la historia del cine. Romance de respeto y madurez que encuentra suficiente alimento en un par de besos muy decentes, nada de sexo y una tonelada de soledad mutua.
Recuerdo un comentario de Smithy: Tengo fe en las relaciones entre las personas (lo dice mirando a Joe en una conferencia de prensa al final de la película) Y uno de los periodistas le pregunta Cuál ciudad te impresionó más: Roma, responde ella, definitivamente Roma. Recordaré esta visita el resto de mi vida. Justo al final ella pide saludar a varios de los periodistas, para darle la mano a él por última vez, y el mundo se detiene cuando las dos manos se unen. Él solo dice y dice mucho a la vez: Joe Bradley, American News Service. Ella casi susurra: Mucho gusto. Antes de desaparecer en el fondo de la enorme sala dispuesta en el palacio para la conferencia, pasa la mirada por todos y se detiene en Joe, pocas veces se ha dicho más con una mirada en la historia del cine.
Aceptable Gregory Peck. Impecable una vez más Audrey Hepburn, encantadora a pesar de una marcada anorexia, lamentable, pero que le favorece increíblemente en este filme por los gestos y la manera de hablar tan noble del personaje. Disciplinada como siempre. De las más disciplinadas que se recuerde en los grandes estudios.          

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