viernes, 30 de marzo de 2012

Después del aguacero

por Frank David

No eran los noventa años ni todo lo que ello implica, es decir: más sabe el diablo por viejo… Era, un silencio en la mirada que se proyectaba al piso y sólo de vez en cuando la levantaba para mover los labios Agua, por favor, un vaso de agua. No era, lo que me molestaba, verme recorrer el pasillo con la copa y la jarra y deseando, siempre, que acabase de brincar el muro que aún se alarga por Zapata, y se fuera a inhalar el pastel de fosas y gusanos y cucarachas, el maldito postre grajeado de osamentas. Era, además del silencio en la expresión, una baba estirada del mentón a la silla, un olor a orine y a mierda y a escara.

martes, 13 de marzo de 2012

Los rostros de Jack I

Mary Ann Nichols. La primera víctima.

Por Frank D. Frías
Mary Ann Nichols
Era 30 de agosto de 1888 en el East End del viejo Londres. La noche había caído pesada sobre Whitechapel y los obreros, cansados, retiraban las medias apestosas y húmedas de los pies para acercarlos al fuego. Otros aún no llegaban a casa, prefiriendo los bares para aclarar la garganta con cerveza barata.
Serían, quizá, cerca de la diez cuando Mary Ann Nichols terminó de hacerle los últimos ajustes a su vestido color verde botella. De vez en cuando algún cliente lo rasgaba en su desesperación por apartar el lino de la carne. Entonces Mary debía darle unas puntadas antes de salir.

Le dijo a su esposo que demoraría un poco más de lo habitual (estaban muy atrasados con el alquiler) y luego fue hasta el dormitorio de su hijo, hallándolo dormido, tranquilo, como si todo marchara bien y no hubiese cenado pan y cerveza por tercer día consecutivo. Por alguna razón, Mary Ann sintió unos deseos enormes de quedarse en casa, pero era un lujo impensable. No obstante, se sentó unos segundos en el borde de la cama y miró hacia afuera, a través de una pequeña ventana. Quién sabe en que pensaba mientras la niebla se movía por la ciudad; las risas de algunos irlandeses borrachos se destacaba y los cascos de un par de caballos que tiraban de un coche sacaban música a los adoquines en la distancia.
 
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