jueves, 19 de enero de 2012

La comezón del séptimo año

Por Frank D. Frías


Recientemente pasaron en el cine Charles Chaplin un ciclo de películas de las décadas de los cincuentas y los sesentas. Me llegué y al dar con la cartelera estuve un tanto escéptico al ver que la del día era una cinta con Marilyn  Monroe (actriz de una vida personal muy interesante pero en cuanto a la actuación, aparte de su belleza, dejó mucho que desear gracias a su voz terrible y fañosa a propósito, su fama de olvidar guiones durante los rodajes y esa habilidad de sacar lo más sensual de su figura que a mi modo de ver terminaba opacando el perfil psicológico de los personajes que interpretaba. Recuerden que nunca se despeinaba  -cuando Vivien Leigth rompió con eso a finales de los treinta con la célebre Scarlet O’ hara en Lo que el viento se llevó-, siempre iba impecablemente maquillada aunque acabase de despertar. Le importó brillar en el sentido físico y por eso no le imprimía personalidad propia a ningún personaje, o a casi ninguno) y un Richard Sherman, a quien nunca oí mencionar hasta ese día. Pero era una de esas tardes en las que prefiero alejarme de la mierda y por eso me introduje en la oscura sala de mi cine favorito. Ocupé uno de los asientos de la fila central y armado de un paquete de maníes suspiré, dispuesto a resignarme. O eso creí.
 
Llegó el verano y los hombres casados de Manhattan mandaron a las esposas de vacaciones a otras partes del país o del mundo. Es tiempo de juerga y de infidelidad. Richard Sherman (Tom Ewell) no es la excepción y luego de despedir a su esposa y su hijo está ansioso por contraer la fiebre general pero hay un pequeño problema, le ha prometido a su mujer seguir las órdenes del doctor: No bebida. No tabaco. Al final no le parece una tarea difícil y comienza por estudiar un sistema para  mantenerse firme hasta que termine el verano pero, una maceta cae sobre la tumbona donde segundos antes leía un libro y al gritar al vecino del piso superior, descubre que la culpable es una super rubia (Marilyn) que acaba de mudarse al edificio y le pide disculpas con la vocecilla de la que hablé líneas arriba.

Elegante en su actuación, la Monroe hace el papel de una modelo de revistas. Sociable, inocente, desprejuiciada. Viene a ser una bomba emocionalmente perfecta para Sherman, quien es en lo físico un anti galán, y en lo psíquico un mentiroso inofensivo, un ladra pero no muerde que se la pasa inventando historias a su esposa sobre mujeres que lo desean, cuando en realidad ella lo ama por todas las que no pudo tener.
      
Farsa de altos quilates que demuestra que el humor excepcional parte de situaciones absurdas pero sutiles, dando la impresión que se está ante la vida misma, y no de escenas llenas de bufones que deforman de manera exagerada  la realidad en un intento desesperado de arrancarle una sonrisa al espectador. Guión excelente (de Billy Wilder y George Axelrod, Billy Wilder en su triple papel de director, productor y guionista) donde cada línea está involucrada a la trama y a la psicología de los personajes. Monólogos casi a la altura (aunque en contextos diferentes) de los que el Fiodor puso en boca de Raskolnikov en Crimen y Castigo. Magistral actuación de Tom Ewell. Inolvidable, en fin: si no ha visto esta película y tiene la oportunidad de hacerlo, hágalo. Por último, cabe señalar que esta es la cinta donde se da la famosa escena en que unos ventiladores subterráneos levantan el vestido de Marilyn mientras camina por la ciudad. Una de las tonterías que ha empaquetado a esta mujer en un ícono sexual (y lo es); pero reitero, no es eso lo que fascina de ella todo el tiempo. Por esos misterios de la vida, podía actuar como la peor y de pronto aparecer bien seria en La comezón del séptimo año, como podía cantar a la par de una amateur y de pronto dejarnos el famoso Happy Birthday.    

  

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