jueves, 4 de julio de 2013

ESCALERAS AL CIELO…



Por Anisley Miraz Lladosa

(…) si todos reclamamos la tonada,
el flautista nos conducirá hasta la razón…
(Stairway to heaven. LED ZEPPELIN)

El protagonista de la novela: CLAVAR LOS OJOS AL CIELO (obra que mereció el Premio Fundación de la Ciudad Fernandina de Jagua 2011 y fue publicada por Ediciones Mecenas, Cienfuegos, el año posterior) se llama Marcos y empezó, sin llegar a terminar, la carrera de Letras en una Universidad que puede o no ser el Alma Mater. Se trata de un personaje controvertido y perennemente atormentado por un sueño, cuyas disímiles escenas toman sentido y formas con la aparición de un gran tigre de La India: un tigre que podía sorprenderlo en cualquier esquina de la ciudad u ocupar las habitaciones de una enorme casa o hacerse presente custodiando una torre de marfil o, en el peor de los casos, destrozándole las piernas; pero contemplado como una alegoría de dinámica carga simbólica, desde su primera salida al tablado.
Lo surreal y -como enuncian las palabras de contracubierta- una profunda cotidianidad, convergen en este personaje y lo impulsan a buscar alicientes para hacer menos hostil su realidad. Y -entre beber sus oportunos diez (¿solo diez?) tragos de ron que lo convierten, sin dudas, en un desenfadado ser social- y promover debates acerca de la cultura universal; busca hacer algo auténtico y trascendente (como una acción contra la regencia del país), que repercuta más allá de las fronteras humanas y de ciertos convencionalismos, algo que al mismo tiempo pueda ser tan simple… pero hay que mirar siempre hacia arriba, clavar los ojos al cielo.
Después de probar suerte en varios trabajos, en los que no encuentra la respuesta económica ni espiritual a sus tangibles necesidades, Marcos decide aventurarse a conocer a los líderes de “La Columna” y tratar de convencerlos de que sus propios principios son válidos y tan irracionales como supuestamente debe ser todo principio. Sus nociones del mundo y la literatura, le hacen deducir la contraseña de entrada que no es más que el título de una novela de Oscar Wilde. Entonces logra alistarse a las filas de La Columna: un grupo de hombres reunidos (no así unidos) para repartirse tareas, zonas y funciones que no solo beneficien a la retórica o a la poética, sino a la propia existencia bajo un gobierno paradójico  -faena, por cierto, muy bien sufragada; pero con algunos inconvenientes como el pesado deber del sacrificio o el hecho de tener que nadar “contra corriente” la mayor parte del tiempo-. Resulta interesante que a estos individuos, dentro de su cofradía -y para ejecutar a cabalidad sus estrategias y tácticas-, les sean designados nombres de colores: Sr Blanco, Sr Amarillo, Sr Azul, Sr Gris, Sr Rosado y Sra Malva. Marcos fue “bautizado” como el Sr Negro. En este contexto conoce a La Rusa, con quien empieza a compartir además de un sexo sin muchas expectativas, -a mi modo de ver-  además del hambre, el alcohol y el cine; el estigma de las luchas sociales, el amor por la literatura y la complicidad en recurrir a ese bar donde se imparten charlas sobre la influencia del neorrealismo italiano y el cine soviético en la cinematografía nacional, sobre autores como Voltaire, sobre la revolución Francesa y los principios de libertad, igualdad y fraternidad.
A lo largo de su trama, Yonnier Torres se preocupa -con sorprendente naturalidad- por comparar valoraciones y conceptos, jugar con la censura, autocensura, y una especie de contracensura que marca a las sociedades ¿como la nuestra? Inquietud de establecer un orden prioritario e ideo-estético entre autores de la talla de Dostoievski y Bulgákov, se refleja en Clavar los ojos al cielo, así como referencias a esos también grandes de las letras que han sido: Standhal, Cortázar, Borges, Bolaño, Voltaire, Zolá, Lezama…
Gracias a los recursos lingüísticos que esgrime Yonnier, con total destreza, y a su manera de narrar que aúna lo anecdótico y lo onírico, lo surreal con la más auténtica posmodernidad de la sociedad ¿habanera?, la situación cultural existente con la pretendida; lo mismo vamos a encontrar a un camarero-promotor de los valores de la cultura general, a un grupúsculo que recuerda a una pequeña mafia en el seno del cual nacen esas arriesgadas ideas de “hacer algo”; que escuchar las melodías de Red Hot Chili Peper, Pearl Jam, Kansas, Tracy Chapman, los Rollings Stones, The Doors, Queen, Nirvana, Wind and Fire, y hasta de Los Zafiros y Bola de Nieve. O ver saltar a los conejitos vomitados o participar de una cena a base de sopa de coles y te amargo. Seremos, de cualquier modo, testigos de estos dos personajes en su lucha por la supervivencia, de sus contrastes y sueños, de sus ansias de mirar siempre hacia arriba y sus incentivos por mantenerse lúcidos. No está ausente la sátira: un sarcasmo frío -equivalente al término fresco, no calculado- se manifiesta a través de innovadas situaciones como la que se nos revela en la ermita descubierta, a donde los hijos del bodeguero acuden a meditar en la semana de receso docente o cuando Marcos y La Rusa continúan pegando los labios en el cristal de la botella vacía, igual a Gargantúa y Pantagruel después de haber echado por la borda una veintena de ovejas blancas. O en la misma referencia de ese bar en el que se realizan actividades con buena música y la presencia de conferencistas de primer nivel, importantes catedráticos y el propio Ministro de Cultura. O cuando Marcos se hace pasar absurdamente por Jhon Lennon y tiene que sobrellevar parlamentos con unos cuantos hippies jóvenes que siguen al “soñador” por excelencia (que de igual modo no es el único) O cuando a él y a La Rusa les dio por tramar nuevos ardides para sobrevivir, como aquel posible negocio con un gato parecido al de El Maestro y Margarita, hallado durante sus entrenamientos por la ciudad…
Es una novela llena de intertextualidades y referentes, tal el caso de Quentin Tarantino; una novela que nos revela a un narrador-psicólogo que recrea escenarios y personajes sin aspavientos dramatúrgicos; una novela que no habla del amor, sino tal vez y sin proponérselo el autor, de la necesidad de este.
Miremos pues al cielo, trepemos por esa escalera mágica, a lo Led Zeppelin. Allá arriba, quizás, podamos encontrar lo que necesitamos. ¿Habrá también tigres? ¿Y botellas?

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