No
hace mucho me llamó la atención algunos de los consejos que una
panelista le daba a un grupo de integrantes de talleres literarios de
nuestra ciudad. La literatura es bastante subjetiva y está llena de
ejemplos donde las reglas fueron violadas (no de forma inocente), y aun
así hubo consagración. Pero a pesar de esto hay personas que intentan
someterla a un grupo de verdades absolutas. No podemos asegurar, por
ejemplo, que si una obra no tiene un gancho en la primera oración,
entonces no va a funcionar. El panelista aseguró: «El lector cerrará el
libro». Voy a poner en evidencias algunos casos de inicios (primeras
oraciones) donde esto no se cumple y el texto es universal: «La puerta del restaurante se abrió y entraron dos hombres». (Los asesinos, de Ernest Hemingway). «La pequeña ciudad de Verriéres puede pasar por una de las más atrayentes del Franco Condado». (El rojo y el negro, de Sthendal). «Urania». (La fiesta del chivo, de Vargas Llosa). «Charles
Fallon, de trece años, jugueteaba con un puñado de nieve en la palma de
su mano y espero a que cambiaran las luces del tránsito».(Tarde en la selva, de Albert Maltz).
Si
no conoce la obra, estos comienzos no le dirán nada ni causarán en
usted efecto alguno. Hay cientos de ejemplos de que una gran
introducción no se refiere al análisis extremista acerca de si es
contundente o no la primera línea. A un autor debe preocuparle que lo
dejen de leer en cualquier zona de la trama. Debe existir un equilibrio
para que el interés del lector no decaiga: si tienes una buena
introducción y un mal desarrollo antes del clímax, igual cerrarán el
libro. Si la teoría del famoso gancho fuera cierta, entonces no la
primera, sino todas las oraciones deberán estar sumamente pensadas. Creo
que lo mejor es centrarse en la escena, porque algunas palabras flojas
no molestan; pero situaciones dramáticas en tal condición podrían
arruinarlo todo. Luego de cien páginas dejé de leer El gran Gatsby,
de Firzgerald, porque me aburrió, a pesar de tener una línea inicial
cercana a la recomendación del panelista: «En mis primeros y más tiernos
años, mi padre me dio un consejo que desde entonces hago dar vueltas en
mi mente». Y no pongo en duda la calidad de la obra. En fin, la primera
oración no es más que el primer ladrillo de la introducción, y una
apertura adecuada es más aconsejable. No es real la creencia de un
fracaso seguro si no se tiene, incluso, un principio sólido.Otro
de los consejos al público fue relacionado con los gerundios; dijo el
innombrable (que tiene una voz similar a la de muchos): «Lo mejor es
prescindir de ellos». El gerundio es polémico y los gramáticos han
discrepado bastante a lo largo de los años; sin embargo son parte del
lenguaje y obviarlos es desechar un eslabón del idioma, una herramienta
más. Hay detalles a tener en cuenta: el gerundio no debe expresar un
enunciado o expresión anterior a la del verbo. Ejemplo: «El asesino le disparó en la mañana, muriendo sin despedirse de Olivia». Lo correcto sería: «El asesino le disparó en la mañana, y murió sin despedirse de Olivia». Si
a alguien le parece que el uso reiterado de gerundios siempre resulta
fatal, entonces qué sucedió en las dos últimas estrofas de la canción En mi calle, de Silvio Rodríguez, donde hay seis consecutivos: «Yo no sé por qué estoy mirando, por qué estoy amando, por qué estoy viviendo. Yo no sé por qué estoy llorando, por qué estoy cantando, por qué estoy muriendo».
Otro
de los maltratados fue el adjetivo (está de moda desde hace mucho
tiempo). He presenciado, en visitas a talleres, como le hacen la guerra y
casi siempre sin saber por qué. Generalmente no explican el uso
correcto e incorrecto de este elemento, también necesario en la
escritura. En primer lugar el adjetivo existe para limitar o explicar
el significado del nombre. Ejemplo: país grande, pésima literatura,
siete ángeles. El último ejemplo no nos explica como es el país ni la
literatura, simplemente nos precisa, limita el significado. Muchos
críticos coinciden en que deben evitarse los adjetivos inexpresivos, es
decir los términos vacíos. Ejemplo: película bella, texto maravilloso. Uno
de los más usados por la joven intelectualidad es «genial». Se lo
aplican a casi todo: Era una película genial, el cuadro es genial, él y
ella son geniales. Al sentirse cómodos con un término se vuelven débiles
en la argumentación de cualquier materia. Orestes Cabrera Díaz señala
como principales virtudes de la adjetivación la variedad, la propiedad y
la riqueza. Los vicios son la monotonía, la vaguedad y la pobreza. Que
exista un gran número de adjetivos en una obra no es suficiente para
etiquetarla de defectuosa. En la introducción de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha hay más de diez; en la antepenúltima página (escena de las más recordadas) de Alguien voló sobre el nido del cuco hay quince, y en la introducción de Un día magnífico para el pez plátano,
de Salinger hay más de diez. Pero quizá el mejor ejemplo sea H. P.
Lovecraft. El autor norteamericano abusaba del adjetivo. Lo usaba mal
casi todo el tiempo, tanto, que Angelo Blackwood (autor de Los sauces)
dijo en una ocasión que Lovecraft carecía de la esencia del horror. Sin
embargo a pesar de restarle fuerza al efecto psíquico de sus
narraciones por el número elevado de términos explicativos; quién duda
de su trascendencia. En fin, por qué no usar herramientas que bien
empleadas causan efectos agradables en el lector. Charles Bukowski, en
la línea final de uno de sus cuentos del libro Escritos de un viejo indecente
combina de forma magistral un sustantivo y un adjetivo para establecer
un paralelo entre un hecho simple y el dolor que implica vivir sin
esperanzas en lo más bajo de la sociedad. Para entender mejor su
significado adelanto que el protagonista está sin trabajo, no tiene
familia ni amigos. Una franja muy fina lo separa de la indigencia. La
oración final dice: «Esperé por el cambio de luces y luego crucé la dura
calle».
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1 comentarios:
Me parece muy acertado el articulo. Buen trabajo :)
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