miércoles, 17 de octubre de 2012

Norma Jean Mortenson, o Baker, o Marilyn y más de dos actitudes


Por Frank D. Frías Rondón
Durante el mes de agosto se presentaron en el cine Charles Chaplin todas las películas de Marilyn Monroe, a partir del cincuentenario de su muerte. La muestra estuvo acompañada por dos documentales extranjeros y uno nacional, más una conferencia sobre la actriz. Si bien cada título en la cartelera fue privilegiado con un breve comentario de Tony Mazón Robau, esta es una buena oportunidad para echarle un vistazo al microcosmos cargado de supernovas que rodea a la muchacha nacida en Los Ángeles, California, en el año 1926.
A simple vista no parece, según el currículum, haber logrado lo suficiente para ser inmortal, o como dijo Tony Curtis: La mujer más reconocible del mundo. Sin embargo, lo es. Los factores fundamentales son, en primer lugar, la Marilyn que es aún hoy un producto. La rubia que, como bien dice Antonio Mazón, en sus primeros papeles (desde Love Happy, de David Miller), fue contratada con frecuencia para el rol de secretaria. La rubia tonta y seductora; una fantasía de moda por aquellos años cincuenta, un cliché que hasta hoy se mantiene en telenovelas y películas sin pegada donde la amante del jefe es su secretaria.
Con la explosión de la Monroe, quizá a partir de posar desnuda para un calendario, hubo quienes se dedicaron a diseñarle muchas de las respuestas que daba a la prensa. Una de las más famosas es la del perfume. Alguien le dijo que no llevaba nada puesto en lo del calendario y ella respondió: “Tenía unas gotas de Chanel no.5”. Tengo entendido que tanto el señalamiento del periodista como la respuesta fueron pensados por cinco personas. Otra imagen a su favor fue la de la joven americana esposa del pelotero.
El matrimonio con Joe Dimaggio, estrella de la MLB, fue otro de los ingredientes especiales que la industria utilizó. Aunque también Marilyn fue protagonista del ascenso. Si bien llegaba tarde al set, olvidaba con frecuencia el guión y no era propensa a las fiestas de sociedad, sabía sacarle el máximo a la imagen. Repasaba cada pose frente al espejo, y hay quienes aseguran que la frase cheese, utilizada hasta hoy por muchos estadounidenses para lograr un equilibrio justo en la expresión cuando les toman fotos, fue creada por ella. La pantalla ha estado vinculada a mujeres bellas desde Paulette Goddard (la muchacha vagabunda en Tiempos modernos, de Chaplin) hasta la Jolie; pero pocas, quizá ninguna, se agradece tanto visualmente como Marilyn Monroe. Más allá de los directores de fotografía y los excelentes directores con los que trabajó, ella hizo, a fuerza de imagen en gran parte, que películas mediocres (no hablo de la música) como Gentlemen prefer blondes, o The prince and the showgirl, trascendieran.
El segundo aspecto importante que le da sostenibilidad al mito es el lado oculto, el que sólo allegados consiguieron ver por aquellos años. Algunos aseguran que su decadencia emocional empezó a partir de una llamada telefónica donde le piden que se aleje del presidente (llevaba ocho años de relación con J. F. Kennedy), pero si observamos épocas anteriores, cuando apenas contaba con nueve años de edad y fue violada por su padrastro, el mismo que luego le mataría de un balazo a su perro, entonces no es alocado pensar que quizá el carácter neurótico del cual muchos fueron testigos más adelante, comenzó a espesar en la infancia.
En cierta ocasión le preguntaron por qué no iba a los eventos de sociedad y Marilyn respondió que le dedicaba ese tiempo a la lectura, y habló de Crimen y Castigo, de Dostoievski, y del gran interés que sentía por Raskólnikov. Personalmente me hubiese gustado preguntarle si su atracción en verdad era por este personaje o por Sofia Semiónovna (Sonia). En una de las biografías que leí, hay una anécdota relacionada con Truman Capote, donde la Monroe le muestra al escritor a quién en verdad aman las personas: se quitó el maquillaje y vistió ropa común. Dieron un paseo y se sentaron en una cafetería llena de gente: nadie la reconoció, a pesar de que a Truman sí. Quienes vislumbraron a la otra Marilyn, a la Norma Jean, no quedaron fascinados, sino más bien un tanto consumidos al chocar con una psiquis ligada a los fármacos, al alcohol, la baja autoestima y una necesidad constante de afecto que reclamaba la atención de cuanto ser querido (y a veces no querido) rondaba sus dominios. Arthur Miller lo sufrió, también Joe Dimaggio, aunque este último mantuvo una amistad con la actriz hasta el final, incluso se hizo cargo del funeral, y dicen que puso un ramo de flores sobre la tumba cada tres días. Marilyn creía que todos buscaban a la mujer-fórmula, a la que sedujo al mundo a través de un calendario, la de los labios, la del vestido blanco que se levanta sobre los conductos de aire en The seven year itch, de Billy Wilder. Irónicamente, uno de los pocos que la entendió fue el entonces joven Collin Clark, quien apenas la conocía y tuvo un romance con Norma, no con Marilyn, durante el rodaje del filme The prince and the showgirl, de Laurence Olivier. Marilyn tenía alrededor de cuatrocientos libros, una caja de manuscritos de su autoría más una libreta llena de poemas, libreta que fue encontrada junto al cadáver aquel 5 de agosto de 1962.
Y es precisamente la muerte el tercer punto de envergadura. Morir joven, en plena efervescencia artística, es positivo desde el punto de vista promocional, un coctel poderoso que las revistas de chismes y la prensa han usado desde hace mucho. Ejemplos sobran: en el mundo anglosajón tenemos a los ministros Martin Luther King y Malcom X, a James Dean, Elvis Presley y John Lennon, todos muertos en el clima de su carrera, aunque los dos primeros no sean artistas en el sentido literal de la palabra. Veremos qué pasa  con Amy Winehouse; pero pienso que si no surge una historia macabra alrededor de ella no será más que una pérdida lamentable.
En el hispanohablante basta con Selena, quien vende más discos muerta que en vida. En el Caribe, para acercarnos geográficamente, celebra más años de vida que un gnomo el gran Bob Marley. Todos, después de una labor espectacular, murieron de forma trágica, y ese es otro aspecto esencial. Quizá el más grande de los mitos, junto a la Monroe y después de Cristo, sea el Ché. Piénsenlo por un momento. Un ejemplo de muertes relativamente recientes, sin lo necesario para merecer toneladas de libros y películas son las de Michael Jackson y Heath Ledger. En ambos casos los medicamentos acabaron con ellos, y dejaron este mundo con el ruido justo que ameritaban sus carreras. Sin embargo, distinta composición tenían los barbitúricos de la Monroe. Lo que referiré a continuación tiene mucho de cierto y mucho de especulación. Al parecer, el forense dijo que la cantidad de nembutal, seconal e hidrato de cloral, encontrado en el estómago de Marilyn, no era suficiente para matarla. Por otro lado, sabemos que ese día estuvo bebiendo alcohol y con frecuencia la mezcla de esto y los sedantes suele ser fatal; pero un accidente no sería tan jugoso. Se maneja también que fue declarada muerta en la escena, primero por un doctor, luego por la policía; en cambio hay rumores (documentados) de que otro doctor aseguró haber recibido el cuerpo de Marilyn con vida (aunque inconsciente) en el hospital. Para enredar más el tema, se dice que cuando el FBI pidió el acta de defunción el forense dijo no encontrarla, se había perdido. Hasta hoy no hay nada que (como diría Sherlock Holmes) arroje una luz definitiva sobre el asunto.
Lo cierto es que el 4 de agosto de 1962, pasó la mañana con su agente Pat, luego, a las tres y quince de la tarde, llamó a Bob Kennedy y mantuvo una conversación telefónica con èl por cerca de una hora, hasta que la actriz colgó con evidente enojo. Estuvo rara el resto del día. No probó el pescado y las verduras que Eunice Murray (la famosa sirvienta que llamaría en la madrugada al doctor) le sirvió en el jardín, y se limitó a morder una manzana roja. A la hora de la cena apenas bebería un poco de yogurt. En la noche hizo algunas llamadas y, pasadas las diez, Eunice no lograba dormir, y por eso se levantó, cruzó la casa a oscuras, y le llamó la atención que en el cuarto de Marilyn las luces estaban encendidas a esa hora. Después de tocar la puerta y no recibir respuesta regresó a la cama. Esta situación se repitió cerca de las tres y media de la mañana; pero entonces Eunice llamó a un doctor, el cual finalmente rompió los cristales de la ventana y encontró a Marilyn desnuda, entre sábanas revueltas y con el teléfono descolgado junto a ella. Eran las cuatro y cincuenta y cinco de la madrugada cuando el doctor reportó la muerte a un oficial de la policía.
Marilyn siempre dormía sin ropas, y ese dato revive en mí la posibilidad de que todo haya sido un accidente: alcohol y sedantes. Me resulta a veces impensable que la Monroe quisiera que el mundo la viese en tal estado, lejos del glamour detrás del cual siempre se escondió. Por otra parte, a veces pienso que en el último momento quiso ser vista sin máscaras, al fin y al cabo murió en su hogar, donde, sobre el dintel de la puerta principal, se leía en latín: “Aquí termina todo”.
Justo homenaje en la cinemateca de Cuba a la actriz de River of no return, o The seven year itch, o de Some like hot. A la mujer que, como su último filme The misfits, fue una inadaptada en el terrible ámbito que irónicamente eligió para sí. Su mayor aporte es habernos dejado una historia digna de estudio donde reina una premisa: el ser humano es tan complejo como el propio universo.

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Web Analytics