martes, 13 de marzo de 2012

Los rostros de Jack I

Mary Ann Nichols. La primera víctima.

Por Frank D. Frías
Mary Ann Nichols
Era 30 de agosto de 1888 en el East End del viejo Londres. La noche había caído pesada sobre Whitechapel y los obreros, cansados, retiraban las medias apestosas y húmedas de los pies para acercarlos al fuego. Otros aún no llegaban a casa, prefiriendo los bares para aclarar la garganta con cerveza barata.
Serían, quizá, cerca de la diez cuando Mary Ann Nichols terminó de hacerle los últimos ajustes a su vestido color verde botella. De vez en cuando algún cliente lo rasgaba en su desesperación por apartar el lino de la carne. Entonces Mary debía darle unas puntadas antes de salir.

Le dijo a su esposo que demoraría un poco más de lo habitual (estaban muy atrasados con el alquiler) y luego fue hasta el dormitorio de su hijo, hallándolo dormido, tranquilo, como si todo marchara bien y no hubiese cenado pan y cerveza por tercer día consecutivo. Por alguna razón, Mary Ann sintió unos deseos enormes de quedarse en casa, pero era un lujo impensable. No obstante, se sentó unos segundos en el borde de la cama y miró hacia afuera, a través de una pequeña ventana. Quién sabe en que pensaba mientras la niebla se movía por la ciudad; las risas de algunos irlandeses borrachos se destacaba y los cascos de un par de caballos que tiraban de un coche sacaban música a los adoquines en la distancia.
Mary Ann besó en la frente a su niño y en cuanto dio el primer paso fuera de casa se enrolló la bufanda al cuello. Iba a ser una noche fría. Algo inusual en agosto. Cerca de la una de la mañana apenas había recibido una miseria de un ruso maloliente. Empezaban a temblarle las manos: algo frecuente en los últimos meses, cuando pasaba horas sin beber un poco de whisky. Las licoreras habían cerrado pero algunos bares continuaban abiertos, sin embargo, no podía darse el lujo de acodarse en la barra. Debía seguir.
Encontró demasiado vacías las calles, y para colmo la niebla le mojaba el vestido y el cabello; le sobrevino la tos que llevaba días molestándola. Entonces, sin condiciones justas para pensar, decidió caminar hasta Buck’s Row.
Buck’s Row no estaba menos desolado. Las oscuras casas de ladrillos parecían tragadas por el clima, aún así, Mary quiso esperar un rato. Mientras, sacó su pañuelo y en cuanto se hubo soplado la nariz, vio a un hombre de aspecto distinguido que se acercaba. Al principio le pareció extraño ver a un caballero por aquellos lugares; pero cuando él sacó una moneda de plata y el brillo rebotó en los ojos de Ann Nichols, se olvidó de las raras circunstancias y tomándole la mano, lo adentró en el rincón más sombrío de Buk’s Row.
Mary no regresaría a casa. Su cuerpo fue hallado alrededor de las 3:40am del viernes 31 de agosto de 1888. Tenía dos cortes en la garganta, el abdomen desgarrado por una herida profunda e irregular y otras más pequeñas alrededor de esta. Al día siguiente la noticia corrió de un lado a otro de Londres. En la noche, era el comentario en los sesenta y dos burdeles de Whitechapel. Comenzaba la triste y bien alimentada leyenda de Jack, con todos los periódicos a su disposición. Nadie se preguntó qué sería del niño que dormía mientras su madre se encaminaba a la calle para intentar, como muchas veces en vano, pagar el alquiler.   

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno este post!!!!!!!!!

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