jueves, 8 de diciembre de 2011

¿Los niños y la pornografía?


Por Frank D. Frías y Yadira M.  López Jaramillo

El Chupi chupi, de Osmany García, ha dado mucho de qué hablar últimamente, luego de su eliminación en la carrera por alcanzar los premios Lucas. En medio de la tormenta resalta el bote, al menos para mí, del crítico Joel del Río, y de nombre “Los premios Lucas y la exaltación del deseo”. Texto publicado en Juventud Rebelde el pasado 26 de noviembre.
Después de tantas protestas contra el reggaetón por su progresiva escalada hacia una letra cada vez más prosaica, desmedida; abiertamente discriminatoria con las mujeres, propensa a venerar la violencia y de manera reciente a la pornografía, Joel del Río publica un artículo donde nos invita a reflexionar sobre si se ha sido injusto o no al ser retirado el video clip de Osmany García de las nominaciones a los premios de este año. Nos dice: “Todo cambia y se modifica, incluso las concepciones de lo que es correcto…” Por mi parte, ya he escuchado demasiadas discusiones acerca de Qué es el bien y qué es el mal. El fantasma del open mind ronda esta paradoja y por lo tanto, también los que pretenden ser “civilizados”, cambiando o confundiendo con frecuencia libertinaje con libertad. Creo que hay males que se muestran por si solos.

Sin embargo, el punto interesante del artículo radica en la analogía establecida por el autor entre los niños de hoy y los de hace 20 o 30 años: “Los niños y jóvenes de hoy tienen un acceso más fluido, temprano y natural a los temas que antes se consideraban de exclusiva consideración por parte de los adultos”. Y continúa diciendo que todo esto debería estar claro para los que deciden la suerte de este tipo de canciones en los medios de comunicación.

Él insinúa que la letra del Chupi chupi puede haber sido mal juzgada. Venga un fragmento:

“Dame un chupi en la cochina.”
“Sácate la lengua que te voy a dar la lechi.”
“Dame un chupi chupi para que salga el chorro.”

Él asegura que nuestros niños están listos para:

“Póngase el calentuqui mamuqui, pa que me chupi el platanuqui.”
“Ve bajándote el cíper, te voy a quitar la nique
¿te gusta mi meñique? Yo te lo voy a meter.”

No sé qué piensa Joel del Río, pero ¿algo así implica duda con respecto a lo correcto, a las nuevas concepciones?

Quizá se me olvida por momentos que estoy ante un profesional que a menudo no se toma las cosas muy en serio. En su artículo “Cisne negro, incapacitado para el vuelo”, destaca que a Natalie Portman le regalan el Oscar por el esfuerzo de hacerse la que baila. Desconoce el crítico que fue una bailarina profesional la que se hizo cargo de más del noventa por ciento de las escenas donde aparece bailando la Portman, de esta sólo incorporaron la cabeza en el cuerpo de la bailarina por medio de un efecto óptico o fotográfico: manipulación de la imagen.

El reggaetón no es malo, sino muchas de las letras registradas en él. También sería mala la letra pobremente elaborada en cualquier género. Alguien dijo: La televisión no es mala, gracias a ella vi a un hombre poner los pies en la luna. El problema es el uso que se le da. Uso, que paso a paso, afecta de manera negativa a la sociedad. Chris Rock, en uno de sus monólogos (Never scared), pone en evidencia una parte de la ceguera generalizada en esa sociedad, al acercarse a unas chicas que bailan en un espectáculo de rap, bajo la letra: Azótala con el pene…Cógetela por los ojosDeja ciega a la perra. Le pregunta a una de ellas: ¿No te molesta que te llamen perra, no te molesta ser tratada como basura? La chica responde: El no está hablando de mí.

¿Tolerancia, o ignorancia?
    
En cuanto a la censura de este tipo de música, pienso que es un asunto algo delicado. Los medios que hoy SEÑALAN son los mismos que le abrieron las puertas para oportunamente, atraer radioyentes o televidentes o consumidores, según la esfera beneficiada. Defiendo la opinión de quienes creen que hay que darle un espacio, pero estoy en contra de que este género ocupe el lugar de otros, o acapare casi todos los espacios disponibles, escasos de por sí, haciendo que la diversidad en las propuestas se disuelva cada vez más en el gusto homogéneo y absorbente de una supuesta mayoría. La vulgaridad pudiera tener un horario, como lo tienen las series de televisión más violentas, o determinadas películas. Podría crearse un canal lleno de basura para los que gustan de la carroña vayan y se alimenten. Podrían llevar advertencias determinados programas, como las empleadas en los filmes con lenguaje  de adultos y alto contenido sexual. En fin: podría hacerse mucho pero con voluntad. Todo aquel que piense que tanta grosería, discriminación y propaganda a la violencia, no incide de manera importante en las personas, corre el riesgo de quedar en la categoría de animales que ven la tele (detalle mínimo e insustancial) ¿No empieza la pedofilia a comerse al Japón después de tanto libertinaje?

Recientemente estuve en un cumpleaños, donde el payaso después de trabajar una hora con niños de dos, tres y hasta nueve años, a ritmo de reggaetón, les pregunto a los menores (cuando finalizaba el tema del Chupi chupi): ¿Ustedes no chupi? Los niños quedaron desconcertados (porque efectivamente comprenden lo que significa). Los padres solo reían, y como ninguno de sus hijos respondió, el payaso les pregunto a los adultos y respondieron a coro: Sí.

 La sociedad moldea a los individuos, establece paradigmas que varían las concepciones morales de lo que es correcto, tolerable o inaceptable. Es la sociedad la que puede encauzar o desviar a un individuo. Estos cambios de patrones pueden ser asociados a la relatividad de la verdad, un concepto aparentemente inofensivo y liberador que ha abierto, a mi modo de ver, una puerta muy ancha por la que han logrado pasar conductas injustamente censuradas y otras que han sido reprobadas con razón, el juicio para establecer las diferencias se ha ido por el caño. Queremos ser tan liberales que botamos por eliminar la censura ¿Acaso censurar a la censura no es más de lo mismo? La anarquía no conduce a nada. Los conceptos de lo que es correcto o no, bueno o malo evolucionan o involucionan: cambian (Joel del Río tiene razón en ello), pero estos cambios tienen un impacto, tienen consecuencias negativas o positivas. La pregunta no es si esos cambios pueden suceder o no, la interrogante es si con la asimilación de estos nuevos paradigmas, estas nuevas verdades obtendremos la sociedad que queremos no solo para nosotros sino para nuestros hijos.

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