martes, 3 de septiembre de 2013

Extraliterario

Pero por cuanto eres tibio, y no frío
ni caliente, te vomitaré de mi boca.
Apocalipsis 3:16
Por Frank D. Frías

Durante el mes de julio estuve presente en dos actividades literarias (una en Artemisa, allí nos reunimos un grupo de escritores, en la biblioteca de la ciudad, respondiendo a una invitación; y la otra en la sala Villena de la UNEAC, a propósito del espacio Laboratorio de Escritura), donde se discutió acerca de una supuesta ruptura entre los nuevos escritores y los de etapas anteriores. Ambos encuentros fueron liderados por la poetisa Lina de Feria, quien dijo estar preocupada por tres aspectos fundamentales: la agresividad de los jóvenes, su irreverencia con respecto a autores emblemáticos de nuestras letras, y el uso frecuente de las malas palabras, fundamentalmente en la poesía. Es bueno aclarar que Lina no tuvo oposición de nadie. Fue aplaudida por un público que a decir verdad, no era joven.

Días después escuché la opinión de algunos de estos nuevos escritores y una vez más algo llamó mi atención: todo les resbala. La falta de carácter en muchos de ellos y de compromiso aunque sea con su propia obra es un asunto al que empiezo a acostumbrarme. Hay una expresión que escucho con frecuencia: no hay que alimentar lo extraliterario, hay que dejarlo fuera de todo debate o análisis. Sin embargo, en cierta ocasión uno de nuestros intelectuales nos criticó (omito el nombre por una ética que considero en este caso justificada) y muchos relacionaron el hecho con un deterioro en la salud mental de esta persona. ¿Eso es literario? Algunos pretenden engañar a otros sugiriendo que nos centremos solo en la obra, como si no existiesen factores paralelos, adyacentes, que condicionan el carácter, la perspectiva, la dedicación y por consiguiente el resultado. Esta teoría o creencia de no ir más allá (y no me refiero al chisme) tiene una contraparte muy fuerte: las autobiografías, las biografías. Si lo extraliterario no fuera importante, que pudiéramos decir de Stefan Zweig, de Gerald Clarke o Alex Haley, coautor de la Autobiografía de Malcolm X, que si bien Malcolm no fue escritor, nos sirve de ejemplo en cuanto a lo que he mencionado en líneas anteriores. Es importante conocer toda la basura que llevó al Rojo de Detroit a la cárcel, para comprender su cambio de actitud más adelante. La formación de un escritor, incluso la literatura como fenómeno cultural en cualquier etapa, se mide también por las circunstancias. Un ejemplo muy sencillo: si se analizan las obras de León Tolstói y Fedor Dostoievski, ¿nada diría que uno creaba en una palacio, y el otro en un cuartucho, a veces con pan y agua (se sabe que por su afición al juego, otro detalle extraliterario), y con una frecuencia de ataques epilépticos importante? ¿No hay una clara diferencia en el trabajo de Truman Capote en Nueva York, con relación al que hizo en Sicilia? ¿No dijo él mismo que se debe salir de Manhattan (por la farándula) para poder escribir?

Ahora, no estoy de acuerdo con algo que vi en los encuentros de Artemisa y la sala Villena: meter a todos los jóvenes en el mismo saco. La manía de medir a todos con la misma vara. Es verdad que no pocos presentan costumbres lamentables, y no solo les afecta a ellos como artistas, sino a otros que se toman el arte más en serio. Vamos a ver como lo digo de la manera más suave (otro de nuestros defectos). Hay jovenzuelos que son muy buenos en la cuestión del marketing. Son muy buenos haciendo amigos, no cualquier amigo, sino los que resuelven. Pero volvamos al tema y dejemos el chisme o la chunga (como se le llamaba a estos detalles literarios en el siglo diez y nueve, en el imperio cultural francés), porque hechos así no dejan en casa a otros que quizá escriben mejor, ¿o sí? También están los que escriben un cuento en una noche y son vendidos como buenos escritores. Incluso, según ellos, ni siquiera revisan sus textos (y lo creo). Hay quienes escriben y les premian novelas de sesenta cuartillas (jamás he visto una novela tan corta en la historia de la literatura, aclaro novela y no noveleta en lugar de cuento extenso: no reconozco tal término despectivo, al igual que lo hiciera en su momento Katherine Anne Porter), e incluso de menos páginas, y luego los editores le piden que alarguen un poco el contenido para poder encuadernar el libro. No es saludable que existan especialistas literarios cabezas de grupo o grupillos, que se burlan frente a sus estudiantes de clásicos de la literatura: filosofía mediocre porque negar el pasado es no tener ruta cierta. Si no hay capacidad para extraer la sabiduría de textos que no hacen más que mostrar los problemas aún existentes en la humanidad, entonces pueden ver junto con los nenes El rey león, ahí Rafiki le habla de la importancia del pasado a Simba. Constantemente escucho que nadie quiere buscarse problemas y entiendo, dadas las circunstancias, esa postura; pero ¿entonces por qué escriben artículos maravillosos (aparto las reseñas porque esas no pueden reflejar lo malo) sobre libros horribles?, cuando en realidad pueden quedarse mudos como hicieron con el premio Julio Cortázar, otorgado a cuentos (llamémosle así) tan cuestionables como Skizein (Decálogo del año cero), aparentemente de Polina Martínez, y Hasta Feldafing no paro, de Legna Rodríguez.  

Yo nunca haría un comentario negativo sobre el libro de una amiga o amigo, pero tampoco uno positivo si entiendo que no lo amerita. Eso, nada tiene que ver con no buscarnos problemas. Además, ya que tanto se habla de intereses personales en los debates, mi opinión, es que un sospechoso en potencia de albergar solo intereses propios, es aquel al que nada le afecta, al que todo le resbala con relación a nuestra literatura, entiéndase joven, establecida o de siempre. ¿O no tenemos problemas? Balzac dijo una vez: Cuando todos digan que tu obra está bien, algo anda mal. Y Víctor Hugo señaló en su ensayo sobre los conventos, parte de Los Miserables: Basta con que  sea el convento posible, para que sea el que debo considerar. Ante la extraña expresión en el rostro de uno de nuestros intelectuales cuando le aseguré que la confrontación es necesaria, le sugerí que le pidiésemos a nuestro Equipo Nacional de Atletismo que pensase nuestra literatura.

Opiné en ambos encuentros que no es justo emprenderla con un autor por los méritos alcanzados, aunque supuestamente no los merezca. Nadie es culpable de su talento, nadie se eleva solo. No son precisamente jóvenes, les recordé, todos los que han otorgado premios, posibilidades editoriales y becas, a los más criticados con frecuencia (casi siempre en los pasillos). Uno de los intelectuales reunidos en Artemisa, luego de hacer críticas duras a los nombres de turno, admitió haber escrito un prólogo a uno de los autores mencionados en la biblioteca. Creo que deberían revisarse las programaciones, porque se repiten demasiado los mismos nombres, entonces muchos jóvenes con talento, como la poetisa Maylan Álvarez, son medidos con frecuencia según la calidad de los más promocionados. Uno de los intelectuales de Artemisa dijo: Jamila Medina es la voz líder de los nuevos escritores. Todos sabemos cuán importante es la publicidad en estos días. Los más promocionados, no le dictan los versos o la prosa al resto. Cada año hay jóvenes que ganan el David, el Pinos Nuevos y otros concursos, también los hay que no les interesan los premios. Es preciso trabajar en la base de datos, y dejar la comodidad de solo llamar a los que conocemos.

Hay escritores serios en cuanto a la promoción de los nuevos autores: Ahmel Echevarría, Rafael Grillo, Leopoldo Luis, Yunier Riquenes y estoy seguro que hay otros a lo largo de nuestro país. Es importante no temerle a la resaca de una opinión contraria a la de muchos. No podemos seguir diciendo que necesitamos una crítica sincera, y luego no aceptamos una opinión diferente.              

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