miércoles, 31 de agosto de 2011

Habanastation: El arte de quedar bien con todos. La marginalidad rosa


por Frank David Frías

Como escritor, me apasiona escribir cuentos y novelas. Rara vez dedico tiempo a un artículo, y cuando lo hago es porque algún tema me fascina en grado superlativo. Con la película cubana Habanastation me sucede lo contrario: despacho las líneas siguientes casi por obligación, por ser consecuente con el arte forma, y no fórmula al estilo de las farsas baratas que exhibe cada domingo el programa televisivo Arte siete.
La película falla desde el principio al mostrar escenas y actuaciones forzadas, como lo son la del matutino en la escuela, encartonado, plástico, con un análisis que se pierde entre la realidad y la sátira, es decir: es un lastre que se hunde en medio del lago, bien lejos de ambas orillas. Y lo otro son los niños de La Colmenita en el intercambio de juegos, sobreactuando como la mayoría del tiempo en el resto del filme. Creo que, a excepción de los protagonistas (no muy brillantes pero sí aceptables) el casting debió realizarse entre niños residentes en los barrios de desventaja social, a fin de cuentas, el guión no se inclina con rigor hacia los personajes secundarios. Por otro lado cabe señalar las locaciones utilizadas. Aunque a algunos, sobre todo en la capital, les extrañe que un río fluya cerca del cementerio, el propósito del director no era otro que mostrar un contraste marcado entre clases sociales. Y como en el resto de la isla, mucho más en el resto del mundo, los espectadores no conocen los barrios de La Timba y Zamora, se puede pasar por alto la fusión innecesaria: cualquiera de esos dos barrios bastaba para lanzar un cuadro deprimente.

Los personajes más que planos, son maniquíes. Carecen de redondez, de tridimensionalidad. Son típicos del arte comercial, donde son buenos o malos, sin matices. Esto puede funcionar cuando hay detrás una historia sólida, ejemplo: Almacén de Antigüedades, de Charles Dickens. En esa novela uno puede llorar con el desenlace de la desafortunada Nelly Trent. Mueve sentimientos porque nos involucra en el panorama miserable en que vivían muchos en la Inglaterra del siglo XIX. Sin embargo, en Habanastation, si uno aparta las risas y observa unos minutos, puede llorar con semejante caracterización de personajes. Sobre todo con la profesora emergente (la misma que al principio recibe aretes y sabe Dios cuantas cosas más), que puede ser instantánea y haber salido junto a otras cuarenta y nueve luego de un vaso de agua, como dice en una escena la madre de Mayito, pero al final un dejavú obsoleto la sitúa en el buen camino y termina por resolver el problema. Y revive a modo de heroína. Y todos vamos contentos con nuestros nenes a dar otra oportunidad a los profesores de veintiún años, a veces menos.
Tal obra no podía tener peor final. Increíble y complaciente el momento donde Mayito le presta a su amigo el Play Station (3), y los padres, sobre todo la madre, se quedan tranquilos dentro del auto. Increíble también la manera en que nos muestran a los habitantes de La Tinta. Nada les molesta. Hay mucha risa y nada de llanto, disgusto o resignación. No hay momentos buenos y malos, nada de eso. Pero sí un agradable fiestón (por supuesto que estos barrios están llenos de este tipo de fiestas, el asunto es el contexto en que se usa; el lugar donde se ubica en la trama es pura manipulación e hipocresía) con una princesa atraída por el príncipe. Y un volveré. Y un besito. Y lo que apuntaba al Oeste terminó en el Este. No es de extrañar que muchos la asocien al género infantil, a pesar de la secuencia donde los niños BUENOS enfrentan a los niños MALOS con piedras, palos y botellas. Excelente mensaje a los pequeños. Otra burla resuelta en un duelo entre caballeros, entre líderes, al estilo de siglos atrás. Evidencia que el guionista jamás ha visto cómo se resuelve un problema entre grupos rivales en un barrio de esas características.
Cada cual tiene derecho a tratar el asunto de las diferencias de la manera que quiera. Así como yo tengo derecho a enfocarlo según lo veo. Pero creo que, teniendo en cuenta lo que ese obstáculo representa en nuestra sociedad, un final de cumpleaños tiene más sabor a salvavidas que a punto de vista respetable.

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